domingo, 6 de noviembre de 2011

9ºCap.d Cofradía Neo-F.: Mejor Pocas Palabras Que Lo Importante Son Los Hechos




RELIGIÓN, IRRELIGIÓN Y VERDAD. MEJOR SI HABLAS MENOS QUE LO IMPORTANTE SON LOS HECHOS


La auténtica experiencia religiosa es un evento sublime tan íntimo y personal, y luego, tan difícil de expresar con las palabras analógicas de cualquier idioma sin reducirla o distorsionarla, que éste es más bien un asunto privado que público. La verdadera espiritualidad pertenece a un mundo interior tan sagrado para el que la vive que, normalmente, es un ser de pocas palabras.


Su vivencia es tan entrañable, tan dificultosa de comunicar en palabras sin el riesgo de empobrecer o inducir a engaño el sentido más puro y trascendente de su experiencia, que la verborréa le equivaldría a un sacrilégio.


Muchos sabios prefirieron el silencio a lo largo de su vida. Lo que nos quedó de las enseñanzas de grandes Avatares fueron recorridas y transcritas por sus discípulos, como en el caso del Kristós Iesus de Nazareth o Siddarta el Budha  Algunos, como Lao Tsé, no han dejado escritas más que unas pocas líneas de texto, y aunque así, por la insistencia de un discípulo que -por circunstancias- no le dejó otra opción.


Esto por no citar que en el largo recorrido de la tradición humana huvo muchos más Grandes Avatares y Maestros de Sabiduría anónimos, que conocidos y reconocidos. Es una simpleza cercana a la bobería la creencia de que los seres espiritualmente iluminados, o más geniales de la Historia, fueron reconocidos como tal y que los conocemos todos. 


Muchos fueron ignorados, imposibilitados de resplandecer con lo que aportában a la humanidad, mal-interpretados y enseguida acallados y asesinados desapareciendo en el olvido (humano, no para el Espíritu, o la memoria cósmica y el mundo espiritual), otros compartieron sus tesoros con pequeños círculos de personas -si no una o dos- que lo lleváran consigo al partir del mundo humano.


Y entre tantos enredos posibles, hubo quienes ocultáran consigo mismos la propia iluminación genial o espiritual por no sentirse con el deber, la necesidade o mismo las ganas de compartirla, quizás porqué tenían claro que sus coetáneos srían incapazes de enterderlos y, como seres inteligentes qu eran, no quisiéran exponer la propia felicidad al escárnio o la destrucción salvaje por parte de los demás.


Conocemos muy pocos de los grandes Maestros de Sabiduría o genios que existiéron. Los más famosos lo son, sobre todo, porque alrededor de sus enseñanzas se desarrollaran grandes religiones como sistemas de poder para domesticar las masas humanas en regímenes de castas privilegiadas, necesitadas que eran de las mayorías como siervos, esclavos mentales prestativos, o como soldados..


Religiones que por cierto lo hiciéron distorsionando doctrinas espirituales originárias que impulsában una auténtica revolución libertária individual, que sumadas a otras, generarían una humanidad de seres libres, a la vez que solidarios y responsables.


En toda la Historia conocida, las grandes creencias han servido sobre todo para la explotación del ser humano por parte del poder en contra del beneficio y los intereses vitales de los creyentes. El ser consciente tiene así pocas creencias claves, y aunque así siempre bajo cierta sospecha crítica y con flexibilidad al cambio.


Mucha más prudencia tendrá aún con las opiniones ajenas mayormente seguidas y aceptadas y con los grandes sistemas de creencias colectivas. En esto sí que la Historia nos sirve como una bíblia "infalible": en su vasta mayoría todos los grandes sistemas de creencias colectivos estaban equivocados e indujerán a error. Y naturalmente, es evidente que no sólo en el pasado lejano o reciente. Prosigue así en el presente.


Desde las decenas de miles de años de la religión primordial de la que provenimos, el Chamanismo, hasta el presente, numerosos seres autorrealizados no habláran ni escribiérian ni predicáran.


El bien que muchos proporcionáran a los demás bastaba con su sólo presencia, con la resonancia de su Ser iluminado esparciéndose por el holograma de la especie humana. Quién realmente importaba y bastaba en conocerlos era el Gran Espíritu. Estos seres ayudáran la humanidad con el hecho de simplemente existir, de Ser, como un elo silencioso pero brillante y fundamental en la cadena de las generaciones, manteniendo encendida la chispa de la sabiduría Divina en la tradición humana.


Entre cientos y miles de culturas humanas, ¿cómo puede álguien dudar de que no faltáran seres de excelsa sabiduría, que prestáran un bien incomensurable a toda la especie humana sensillamente alumbrando unos pocos de su alrededor? No tanto con palabras sino con gestos, decisiones y ejemplos.


Lo hiciéran a seres que, a su vez, de algún modo supiéran retransmitir a las nuevas generaciones las luces que recibiéron de aquél gran Ser encarnado. Ayudáran a dezenas o cientos de generaciones de su cultura en una cierta área geográfica o mucho más allá de ella, simplemente por la inspiración de un sol de Saber y ejemplo de vida que éste Avatar anónimo les dejó, para luego inspirar a miles de seres humanos que nunca supiéran esu nombre o la misma existencia de este Ser inspirador primordial.


Otros Maestros y Maestras del Saber, antiguos o modernos, tuvieron por vocación y misión dejarnos hermosísimos textos de sabiduría atemporal, para nuestro deleite y felicidad, en obras que son y seguirán siendo actuales mientras el Ser se encuentre en la condición humana. Pero es raro que hayan sido predicadores, como máximo, fueran oradores, como Séneca.


Algunos los conocemos, por citar un Platón o un Aristóteles, ¿pero cuantos más gigantes del pensamiento, que pueden haber ido incluso mucho más allá de ambos, no tuviéron el incalculable património que nos legáran perdido por la quema de sus obras en tantas bibliotecas incendiadas por fanáticos de una religión de masas u otra?  


Sin embargo, algo nos quedó por escrito, sea por escritos propios o la recoleción de sus discípulos de lo que enseñaban. Es probable que las enseñanzas de unos y otros sean válidas y gratificantes incluso para seres de otros mundos o de varias civilizaciones extraterrestres, mientras que las más desarrolladas no las necesiten, porque ya las tienen plenamente incorporadas e integradas y les sobraría cualquier discurso. No perderían el tiempo teorizando sobre evidencias que les dan todo de lo mejor.  


Más distante aún se está de una verdadera religión o espiritualidad cristalina si el que la predica la enseña de una forma omniabarcante y agresiva, como si la suya fuera la única y absoluta verdad. Es raro que algunos de ellos estén dotados de razón y verdad. No hay paz ni serenidad en su interior si no pura emocionalidad, en general de turbios orígenes cuando no de un evidente lodazal pantanoso psicoemocional.


Sea con un asunto de orden espiritual o religioso, o cualquier otro, uno de los espetáculos más tristes, desagradables o irritantes al que puede sufrir una persona es el ser violentada en su espacio vital con la actitud invasiva de otra persona que le impone un trasto de discurso publicitando su propia fe o creencia fanática.


Defendiendo en público su fe religiosa entonces, obligándole a desconocidos de quienes desconoce completamente sus propias creencias a escuchar sus convicciones, sin haberles antes invitado al acto o preguntado si les interesa el sermón, el que lo hace se auto desclasifica sin redención posible.


Son tantos los que pregonean sus creencias con discursos cargados de promesas, afirmaciones sin ningún fundamento aparte un estricto acto de fe, lejano de cualquier racionalidad, con exigencias altisonantes de moralismos fátuos, proclamando sus ideas con nobles y retumbantes palabras que apenas disfrazan la soberbia y prepotencia del que las anúncia.


En modo de afrontar el espacio vital y la misma dignidad del oyente, como creyendose de una raza superior, sea moral, espiritual o cualquier otra, para una mayoría de seres sensatos la evidencia del absurdo, así como de la violencia y actitud irrespetuosa del que las proclama, desmoraliza enseguida y con facilidad lo que el propagandista intenta convencer o vender, lo que es lo mismo.


Pero lo más arriesgados es cuando el mismo objetivo de descentrar y arrebatar el otro hacía lo que no es lo suyo, no le beneficia o puede incluso prejudicarlo, a veces bastante y de un modo insalvable, proviene de alguien conocido, con un tono de voz y actitud calmada, convincente, en un pequeño grupo o en una conversa a dos, en un momento, lugar o circunstancia que no produce resistencias ni ganas de largarse.


Entonces es cuando la maravilla que son las palabras, más el lenguaje corporal y otros, claro, utilizadas con fines inobles -o criminales- peor daño pueden causar.


Por esto quién tiene ya en un grado de activación suficiente de consciencia cristalina y conexión directa con el Gran espíritu por medio de una centralidad acentuada en su propio ser, en este caso, eleva enseguida un especial grado de alerta, con calmada prudencia, pero también con una poderosa equidistancia interior vigilante que le hace adamantino, o sea, invicto en su propio camino y no arrastrable al intento de sedución ajeno, por más hábil y sofisticado que este resulte.


Y es que el Iniciado/a en la Sabiduría conoce perfectamente que, sobre todo en este final de Era agonizante, las palabras han perdido todo su valor y consistencia para una gran número de personas. Son simples medios utilitarios de lograr objetivos sin ética en detrimento del oyente, instrumentos sin consistencia utilizados de forma inconsecuente y ningun sentido de responsabilidad, al contrario del valor que se atribuy´´eron a las palabras en otros tiempos y culturas.


De modo que ahora más que nunca lo que dice de alguien, de lo que es, propone o puede repercutir en nuestras vidas, no es lo que dice si no hizo, hace y resulta de su vida.     


En el universo de la espiritualidad y las creencias profundas éste principio tiene suma importancia. Cuando uno ama está tan pleno de frenética felicidad, por ejemplo, lo primero que desea es compartirlo proclamándolo a cuaro vientos. Pero el amor que surge del cielo interior o las profundidades de una persona por algo trascendente, sublime y misterioso, que se relaciona con la espiritualidad del absoluto y la Presencia Divina, tanto en uno mismo como en el entorno, suele ser un amor de otra índole.  


Es un Amor que disfruta en el silencio íntimo con lo Amado, que casi teme ou cree inútil usar palabras para expresar la inmensidad que experimenta, pues es consciente que no pueden abarcar ni un reflejo lejano de de lo que no tiene límites. La experiencia de cercanía o fusión con el Infinito, con algo que ni la mente ni el cuerpo pueden abarcar, conlleva más bien à discrición de resguardarla en el silencio glorioso del santuario interior del propio espíritu, que con asombro e inexpresable felicidad, reconoce la Divina Presencia del Gran Espíritu junto o dentro del Uno Mismo.

Luego, cuando la experiencia de la Unión con lo Divino se asienta en uno mismo, pasa un "tiempo" y empiezan a surgir palabras con las cuáles expresar algunos reflejos de lo que no hay palabras para retransmitir lo Ilimitado, el ser bendecido por lo Sublime puede empezar a comunicar algo de la Gran Realidad misteriosa mucho más allá y maravillosa de lo cotidiando dónde vive la inmensa mayoría. Pero lo hace más por medio de pistas para que su oyente pueda experimentar algo más allá de su cotidianidad que por medio de enseñanzas o doctrinas.


Y aunque así, si lo hace, o transmite incluso algo más, el Bendecido -o Bendecida. sólo lo hace desde el discernimiento de que el receptor puede aprovechar algo de lo que se le dará, que en caso contrario, prefiere dejarle siguiendo su propio camino y ritmo de retorno inevitable al absoluto dónde ha venido, por respeto a la Gran Armonía, y no tiene la menor necesidad psicoemocional de interferir en la vida de los demás, y menos aún en la de quiénes no están preparados, no quieren o no pueden ir más allá de dónde se encuentran en términos de evolución de consciencia.


El absoluto no se puede expresar por medio de palabras ni otro medio usual del mundo relativo. Religarse con la Vida y la Plenitud que Ello proporciona es un regalo que sólo toca a quiénes no se les ocurre beneficiarse de ello más allá del tesoro incuantificable que experimentó.


El que espera con ello aprovecharse para acrecentar su vida con los pseudo benefícios o felicidades de la "materialidad" egoísta en términos humanos vulgares, consumistas, por la propia naturaleza densa y opaca en la que vibra tiene vedada tal experiencia. Puede utilizar todos los medios, recursos y subterfúgios, que el Infinito no se revelará.


Aunque existan casos de personas que anhelan sinceramente ésta experiencia de comuñión con lo divino y lo sagrado, viviendo una forma de vida inmersa en el frenesí materialista desde la parte más exterior de su ser o ego, sin dejar de sufrir un gran vacío persistente o un sentido de inutilidad en el fondo de todo, que con un poco de búsqueda, o cuando menos esperan, se deparan con el Sublime Gran Encuentro.


Lo más extraordinario que puede vivir lo humano -la experiencia de lo Divino en vida encarnada, con la brisa liberadora del Infinito expansionando la consciencia humana-cristalina de un modo deificante-, no se encuentra en un camino de discursos, promesas, doctrinaciones y espasmos emocionales pseudo-místicos discursivos o inducidos por otras vías, todas ilegítimas, sin espíritu realmente.


Es una experiencia única, íntima e instransferível. Se puede compartir en algunos casos pero no por palabras, o no muchas, sólo algunas, con gran densidad divina, precisión y en los momentos oportunos , porque la gran oportunidad de retransmisión ocurre por ma mediación de hechos ejemplificantes, muy significantes.


La única retransmisión posible de lo Divino ocurre por medio de un modo de ser y de vivir que irrádia un aura conectador con lo Divino, que le hace al  anhelante de la Plenitud experimentar, aunque por instantes, una fragrancia del Infinito, en instantes que, tarde o temprano, pueden modificar por completo no sólo una existencia humana si no varias, o muchísimas.

Experimentar el absoluto es una psicosíntesis supra-clarificadora difícil de compartir, imposible de describir sin reducirla o distorsionarla, pero merecedora de disfrutar regalándola como un don aquellos que uno siente que la anhelan sincera e intensamente -conscientemente o no-. Pero esto se produce en la privacidad, en un medio tranquilo, personal, desinteresado, íntimo y resguardado. Con paz y quietud.
 
Nuestro Amado Padre Fundador el Kristós de Asíz ha sido todo un magno ejemplo de un ser que usó de muchas menos palabras que de gestos para transmitir inspiraciones de religarse con el Uno a partir de su propia vivencia. Lo que él alcanzó es un tesoro que no se puede retransmitir con fórmulas pétreas ni exabruptos de palabras o discursos, pero que sí se puede ayudar a despertar como una semilla de luz en los demás, dando pistas para que uno descubra por si mismo como preparar el terreno fértil dónde descubrirá su propio camino a la Plenitud.


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