lunes, 18 de marzo de 2013

Roca, Viento, Mar Bravío y Una Comuñión con el Infinito.

Del CURSO PIEDRA FILOSOFAL Y EL GEMOSIMBOLISMO HIDRO-ESPACIAL:

UNA COMUÑIÓN CON LO DIVINO EN UN DESFILADERO DE ROCA SOBRE UN MAR BRAVÍO


"Como un naufrago social abandonado en tierra firme, me dispuse a pasear con mis reflexiones. Hacía un tiempo que me recomponía en aquél lugar, una zona de costa de veraneo sin veraneantes. En esta época del año, principios de Primavera con aire invernal, muy pocos se acercaban a la cala, y menos residían allí o la visitaban.

En mi apartamento, sin teléfono ni televisor, rádio o Internet, con mis libros, mis amados cristales, en rituales solitarios, en las horas de hondas meditaciones con el extraño Gran Espíritu en estado silencioso, sólo escuchaba al mar y la voz interior

Aquello se hizo un templo y he amado estar allá, compartiendo con otros seres afines más allá del tiempo profano, la sabiduría de la Tradición Cristalina, proseguiendo con la escritura -la construcción- de la iniciación enciclopédica de mi despedida de misión y de mundo dejando un legado: completando la obra iniciática-enciclopédica de los 36 libros del Curso Piedra Filosofal.

Había estado los suficientes días como para observar y aprender el lenguaje del agua por ésta costa. Delante de casa, una línea espumante hacía la playa era la señal de mar en calma. Dos o tres franjas enseñaban un mar ajetreado, movido, pero aquél fin de tarde venía hacía tierra hasta cinco o seis largas ondas de marea alta. Era un portento de belleza salvaje, natural, sublime. 

Había un mar bravío delante de la terraza del piso. Estaba tempestuoso, ajetreado, como que algo furioso o "enraivecido", el que se veía un lejano barco con pescadores sorteando el trabajo y la vida en el horizonte, y un buque carguero, aún más distante, subiendo y bajando las montañas de agua por las que sorteaba tanta la carga como la vida de la tripulación.

Desde la terraza, al costado derecho de la cala, dónde terminaba la arena se erguía una imponente extensión rocosa, un pequeño monte de roca viva apuntando como una flecha mar adentro.

La topografía entre tierra y mar recordaba un largo brazo de piedra, salido de la línea de costa y desafiante, algo torcido hacía la derecha, al Sureste, adentrándose en el mar abierto. En la afilada punta extrema de la larga roca, estrecha ya, a cada medio minuto se elevaba de veinte a treinta metros un chorro blanquecino de espuma, acompañada por un fuerte estruendo. El oleaje se tiraba sobre la tierra "firme" haciendo alarde de su gran poderío.

Tras días seguidos de navegación por pensamientos tortuosos, llenos de arrecifes, y no pocos viajes oníricos por recuerdos tormentosos, aquél espectáculo natural, rico y gratuito, me ejerció un carisma hipnótico. Invitaba al silencio y al reposo interior, en el goce de la contemplación pura, me sugirió un efecto medicinal.

Resonó en mi interior como una llamada del Espíritu del Agua, del Mar y el Viento, prometiéndome quietud mental, con un ungüento especial para calmar las emociones recalcitrantes, embestidas por incomprensiones torturantes, por resentimientos insistentes que no se diluían por si mismos, el peso de una obra realizada sin apoyos materiales, pese el flujo incesante de días, semanas, meses y años seguidos, apesar de muchas terapias y meditaciones, de una legión de personas supuestamente amigas que acompanhaban al desafío, pero sin ofrecer cualquier apoyo.

Todo se me juntó intensamente en unos segundos abismales en aquél fin de tarde. Quería desvestirme de aquellas armaduras mentales que se habían cristalizado, la sensación de ser agredido por la injusticia humana de una sociedad vilmente materialista, en medio a una obra que venía justo para colaborar en proporcionar un salto cuántico - cristalino - de avance evolutivo, con valores humanos y divinos atemporales, medicinales.

Así que salí hacía el experimentar las sensaciones de aquella roca, igualmente embestida por el oleaje que me atraía tanto. Desde luego, sin intención de utilizarla como trampolín, sin desearla como punto fijo, dónde saltar en el olvido, en el supuesto vacío de una vida lanzada en la marea letal, si se dejara arrastrar.

No pensaba abandonar la seguridad de la aquél brazo de roca cuando ahí estuviera, extensión de la tierra firme sobre el mar, sino sacar de ella una poción de la misma seguridad que inspiraba, e tratar de incorporarla en mi mismo quizás.

El cielo se encontraba denso, cargado, reflejando un intenso color gris-azulado, oscuro, con un techo muy bajo de nubes espesas, que se desplazaban como un torrente, a gran velocidad, en dirección Norte-Sur. Un poco más y parecería ser capaz de tocarlo, o de subir en él y como un pájaro dejarme volar, hacía muy lejos de mí mismo. Sin embargo, no llovía, las nubes contenían toneladas de agua en movimiento por el aire.

No se escapaba al suelo más que una u otra gota huidiza, ocasional pero muy consistente, que se oía caer como un golpe seco, duro, cuando alcanzaba el poliéster del impermeable que me cubría el cuerpo desnudo. No hacía frío y quería aspirar la humedad con la piel, sentir el viento.

El contacto de los pies con los granos de arena de la playa, primero, y luego con la roca, ambos de Cuarzo, se encontraba en parte limitada por la fuerte capa de borracha densa y cuero de mis botas de montaña.

Aún así, ambas texturas, una suave, flexible, la de la arena, y la otra, casi ríspida, la rocosa, indiferente a mi caminar, inmutable, por igual, llenaban todo mi cuerpo anhelante de sensaciones con una información reconfortante, que volvía a enraizarme en el ser, reconectándome conmigo mismo.

Cuando dejo la arena y me subo a la roca, empiezo a escalarla rumbo al suelo más plano de su zona coronaria, reconozco otro mundo. Me introduzco en una dimensión pétrea muy sólida, estable, constante, aún no exenta de trampillas. En este mundo, lo imprevisible también podía asaltarme de forma inesperada con el mínimo descuido de mi parte.

La subida era abrupta, aún estuviera demarcada por caminos, en ciertos tramos debía de agarrarme a la vegetación, a la vida que buscaba la luz saliendo de las grietas de las piedras, tirando de las raíces para no caer en el fuerte oleaje del mar, cada vez más lejos, varios metros abajo.

La roca también me facilitaba la escalada, proporcionándome numerosas aristas y concavidades en las que apoyarme, para vencer a la fuerza de la gravedad que nunca deja su intento perpetuo de volver a tirarnos a los seres humanos hacía abajo, apenas uno intenta ascender del suelo, hacía un poco más cerca del cielo, procura arrebatárnoslo.

Era evidente que se trataba de una piedra muy antigua, la que se había establecido en aquél lugar. Era de roca cuarcífera. Se veía perfectamente las vetas blancas del cuarzo lechoso, formando caminos y contorneándose como amplias redes que se esparcían por todas superficies, sinuosamente.

Estaba formada también de arenisca, arcillosa y calcárea: los fósiles petrificados de las conchas marinas permeaban toda la superficie de este monte pedregoso que desafiaba al mar, no sin gran altanería. Incluso una impresión de soberbia, de auto-seguridad absoluta, se desprendía de ésta la roca que hacía eones no se había movido ni casi erosionado, pese a la exposición continuada a la fuerza de los elementos por tanto tiempo seguido.

En la cima, me encuentro frente una superficie explanada, lisa, a sus treinta metros sobre el mar, extendiéndose unos setenta metros de espaldas a la costa hacía el mar tormentoso. Por ambos lados, sobretodo a estribor, a cada minuto o medio minuto se levantaba una elevada pared espumosa tan evanescente como una aparición, la vehemente expresión de un ruidoso espíritu del mar.

Pero las apariciones más espectaculares se alzaban más adelante, en la proa del brazo rocoso que se elevaba sobre las olas. Y como no podría ser de otra manera, era allá precisamente desde dónde venía la atracción más magnética del lugar.

Paso a paso, algo inseguro, voy avanzando hacía este punto de encuentro con el abismo, la verdad y la belleza. Una belleza en forma colérica, no sin encanto y gran poder de seducción. Los espectros del mar seguían alzándose al cielo, en particular en esta extremidad, con especial soltura y espectacularidad. Eran espíritus ruidosos, que emergían tras hacer alarde con un bombástico acto de presencia.

Voy situándome en aquél escenario espectral, me detengo a cada cinco o seis metros, por unos segundos, para ubicar la fuerza manifestada alrededor, su grado de intensidad, sus zonas más seguras de las de gran riesgo.

El viento me viene de espaldas, de modo que la espuma del agua que revienta al chocarse con la roca, más adelante, pese su gran altura y amplitud, apenas me moja cuando me acerco, mientras se alza con menos vigor por los lados. Llego hasta tan solo unos tres metros de la punta del pequeño desfiladero, dónde se acaba la tierra firme e se inicia el reino absoluto del elemento líquido.

Observo alrededor, entre el goce y el estremecimiento. No hay nadie a la vista, estoy sólo, y tan acompañado. Abro lo bastante las piernas, con los pies bien apoyados sobre cavidades planas de su tamaño, como para resistir con serenidad un golpe de viento con fuerza sobresaliente.

Me sitúo como un trípode para lograr plena estabilidad pese al viento cada vez más arrebatador que venía del mar, utilizando un trozo de madera encontrado en el camino a modo de bastón o tercera pierna. Así, podría quedar en el lugar todo el tiempo que quisiera, o que me permitieron los ánimos naturales.

Justo delante de mí, entre las grandes cortinas de agua que se irguen imponentes, tras cada gran ola, que rebota toneladas de agua contra la roca, veo fascinado la vasta marea que viene hacía nosotros, la roca, yo, la costa, somos una sola realidad.

La hora es indefinida, no estaba claro si estaba aún en la luz del final del día, o si era el resplandor que adentra la noche, el que vislumbraba el color gris plateado que lo llenaba todo.

Saqué del bolsillo unas gafas con lentes especiales, para ocasiones especiales, que filtraban la luz revelando sus matices, y me las puse. Gracias a estos cristales, tras la crista de las olas, a sus espaldas, pude ver como se formaban grandes superficies lisas con un hermosísimo color verde azulado, entre esmeralda y turquesa, aparte numerosos arco-íris.

Más adelante, estaba el azul índigo intenso del mar, alternado con amplias zonas de color verde pálido, de jaspe, terrenoso, con el efecto de la arena que la corriente arrastraba.

En el firmamento, tras un largo espectro de color gris metálico, contemplé extasiado un tono azul oscuro profundo, hasta los extremos del horizonte, ciento y ochenta grados de percepción de belleza, y todo, con un penetrante olor de salitre, y la sal que lamía de los labios animando por dentro la visión.

Lastimo que algunos no estén ahí conmigo entonces, experimentando aquella celebración tempestuosa de los elementos. Hay goce en la soledad, pero aún más si se está bien acompañado con quienes uno mismo ha elegido, para disfrutar de momentos únicos, privilegiados e irreproducibles.

Sin embargo, frente a la inmensidad, al cabo de unos pocos minutos ya no queda nadie en la consciencia de vigilia. La fuerza y la belleza de los elementos desatados absorben toda mi atención.

Para mi gran sorpresa, se va ocupando de todo mi cuerpo una increíble calidez, un calor expectante, sublime, en paz y con frenesí a la vez. La energía del entorno me contagia, me electriza cada célula, cada espacio interior se ha ido llenando.

En aquella enorme soledad, experimento la más extraordinaria sensación de totalidad reconfortante, la perfecta completud. Estoy pleno de la percepción vital de, simplemente, ser.

En lo alto de aquella roca, junto al precipicio, pero bien instalado y abrigado, con el mar revuelto clamando un gran misterio alrededor, ya no percibo pasado alguno, con sus pesadas cargas, sus lastres y cuestionamientos, no hay futuro tampoco, con sus vacíos, sus angustias o sus expectativas, siquiera queda presente alguno, ni claro, ni dudoso, dichoso o desgraciado, ni nada de nada, excepto la percepción la de excelencia de la vida en sí misma.

Sólo quedó el vértigo de un Ahora total, completo, más que suficiente, en el que ni sobraba ni faltaba nada.

Somergí en la evidencia de la fuerza y la fragilidad de la vida, en la consciencia paradójica de que uno nunca está sólo ni acompañado, en la gran unidad cósmica en la que vive, en el fondo, si es libre en un régimen de absoluta plenitud; que sólo hay un ahora, ni un antes ni un después, eterno, inmensurablemente precioso, una gema de valor incuantificable.

Pero la singularidad máxima se me asaltó del contraste, desde la movilidad sorprendente del viento y el agua, a la estabilidad extrema de la roca. Todo giraba, rugía, se echaba de arriba abajo y de abajo arriba, por los lados, los elementos enloquecidos, eran pura amenaza, hostiles, arriesgaban la vida.

Pero mientras, la roca permanecía impávida, serena, inmutable, sorprendentemente estable e indiferente, altaneira y quieta, como si supiera que, pase lo que pase, ella Es, y seguirá igual por eones. Era la misma sustancia de la Presencia Divina hecha realidad, cristalizada, a la vez que hacía de espejo reflejante de la Esencia Cristalina del Ser.

Aquello fue una percepción de gran impacto. De un lado, la instabilidad ruidosa y mutante de un caos natural, y de otro, la majestad de la paz y la quietud pase lo que pase, gracias a su poderosa naturaleza pétrea que desafía  

A cada oleaje que reventaba contra las paredes de roca, una descarga de energía se esparcía por la piedra, y junto al estruendo, producía una ligera vibración, con un ruido sordo, seco, la vibración me llegaba a los pies y, luego, me resonaba por todo el cuerpo. Sin embargo, el ligero estremecimiento del monte rocoso, embestido así a lo largo de millones de años con igual, menor o mayor fuerza, apenas cambiaba.

Se veía cierta erosión en la línea de agua, y es seguro que el viento la había moldeado, en parte, pero aún así, la roca permanecía prácticamente igual a si misma. Algún día estuvo cubierta de agua, las conchas fósiles se lo revelaban con toda claridad, y es probable que un día este complejo edificio natural cuarcífero, vuelva a encontrarse cubierto, con la próxima subida del nivel del mar.

Y aún así, permanecerá, hasta el fin de los días, igual a si misma, coherente, impávida, soberba, no importa si por en cima o abajo de la línea del mar. Íntegra, entera, total, como la Esencia Cristalina del Ser. Y le ofrecí mi homenaje y admiración, con la gratitud de experimentarla.

La luz cristalizada como piedra o roca sólida, es la imagen más perfecta de lo que las tradiciones espirituales hablan del Ser, más allá de las apariencias efímeras del ego mortal. Es lo Divino hecho Roca Santa, visible, pesada, palpable. 

Y en una escala más humana más cercana, esta roca es la mejor metáfora de lo qué Es realmente importante -o no- para una persona, en contraste con lo que es inconstante, frustrante e inconsistente, lo que en realidad no tiene importancia alguna.

Me quedé en la punta de brazo rocoso en el mar bravío por un "tiempo" que no supe medir pero sé que fue largo, con un Cuarzo Personal en cada Mano, percibiendo el cristal áurico purificado por los elementos, respirando hondo el olor del viento y el mar, del riesgo, de la imprevisibilidad, recibiendo la espuma de las olas que se alzaban muchos metros sobre mí, pese al impermeable, mojado como si me hubiera tirado en una piscina de agua salada, al final, lo que hubo fue una catarsis de Unidad. 

En mi caso, en aquella tarde, sobre la roca suspendida sobre el mar turbulento, percibí con más claridad, firmeza y solidez que nunca, la importancia de los afectos, sobretodo, de los más verdaderos y profundos, así como de la Obra a la que me dedico, mi vía de autorrealización, sobre cualquier otra contingencia.

Fue un gran encuentro con la percepción de la Gran Obra de cada uno, que cada indivíduo tiene la suya por construir (o desconstruir, según el "Karma").

Pero en el espíritu de aquél gran momento, ví más claro que nunca lo que tenía por hacer, desarollando y amplificando la Tradición Cristalina recibida de mi "padre espiritual", por medio de una Iniciación Ritual que duró varios meses, introduciéndome en una Tradición ancestral venerable, en manos de mi amado Maestro Iniciador en la Tradición del Fuego y las Piedras Sagradas, con la pasión de compartirla con quien quiera iniciarse también en este macrocosmos mágico y apasionante más adelante.

La experiencia me sanó: relativizó y exorcizó diversos errores que me robaban tiempo y energía que debía canalizar para la Gemo-Obra. Aquellos momentos en el atardecer sobre una roca, sosteniéndome con delicado equilíbrio en medio a los elementos en  un caos violento,  fueron momentos gemoterapéuticos.

Cada uno tiene su roca santa, estabilizadora, revigorante, su lugar sagrado, dónde escuchar la voz de su auténtico ser, aunque sea en el rincónde un piso en una gran ciudad, aunque sea en un rincón del ser al que uno sólo puede acercarse en plenitud mientras "duerme", o por segundos en el Uno Mismo, en la vorágine de un día habitual estressante, como suelen ser los grandes núcleos urbanos.

Es absolutamente maravilloso vivir la Vida desde el Saber como una aventura cósmica, con venturas y desventuras, sí, pero en una Gran Iniciación y con un gran amor, en la búsqueda y consecución de los poderes interiores y los excelsos conocimientos de la Piedra Filosofal, con la liberación de la condición humana del Ser, hacía mucha más cercanía -consciente- con el absoluto y su infinitud".

Y ahora, desde Rio de Janeiro, Brasil, ofrezco mi recuerdo lleno de amor iniciático por aquella roca asaltada por las olas de un mediterráneo turbulento, al Ángel del lugar, als amigos, leitores, Iniciados por la región de Tarragona -dónde realicé numerosas gemo-iniciaciones, los "gem-workshops", como por todo el globo cuarzífero terrestre, así como os entrego un entrañable saludo hacía los seres hermanos/as del Alma esparcidos por todas partes.

A todos/as, muchas Gracias por la confianza recibida, por la vibración fabulosa que emiten, por la enorme luz interior que tienen, a los seres amigos y que me apoyan en la Gemo-Obra, sean visibles y conocidos o "amigos ocultos", encarnados como a los que no pero también apoyan, recibid por favor mi más honda emisión y manifestación de gratitud, amistad y lealtad.

A la maravillosa Naturaleza Cristalina que nos acompaña, el Gran Espíritu cristalizado en cristales poliédricos, al Anciano mi amado Padre y Maestro Iniciador, a ustedes, amigos/as lectores/as, muchas gracias (Y... ! adelante... !!).


Extracto de la serie de libros/Grados de Consciencia Cristalina y Poder Adamantino del Curso Piedra Filosofal de Introducción y Formación en Gemosofía y Gemoterapia Holística, en el Ciclo II de IV, entre sus 9 Libros/Grados Iniciáticos de la Tradición de las Piedras, dedicados a los Cristales Maestros del Elemento Água, en "Mensajes de Franzisco". 

(Obs: Lo sucedido ocurrió en el año 2008 cuando me fui a vivir por un año en un agradable piso delante de la playa de "La Mora", un recanto de playa hermosísimo en la costa norte de Tarragona, en la costa mediterránea española y muy cerca de la capital catalana-española que, hace tiempos, ha sido por un período moradía de los césares y capital del Imperio Romano por algunos años. Celebro este período personal solitario, siliencioso y productivo, escribiendo los libros de los grados superiores del Curso Piedra Filosofal, delante de una playa en cuyas arenas de cuarzo, hace dos mil años, estuviéran caminando algunos césares.

Agradezco a quienes me recibiéran y me dejáran allá vivir en paz, escribiendo, meditando, conectando, allá. No olvidaré jamás la sublime soledad del otoño y el invierno que viví en La Mora, con los "paseos" devocionales iniciáticos por la costa, la conexión especial con los Maestros Cristalinos Ascensionados y el Cristal Avatárico, que allí encontré, y transmití en el espíritu de las letras de los textos que en este ligar escribí para la Gemo-Iniciación del Curso Piedra Filosofal. Al 'Ángel de Tarragona', a los amigos y amigas que sé que están conmigo allá, por el afecto inmenso y el recuerdo cariñoso que les tengo, por las gemo-iniciaciones que vivimos, a tots, muchas Gracias, mi A.mor y saber compartido Es Uno con todos/as). 

Felicidades, triunfo y alegrías -con abundante energía cristalina- sea con els crystallinus.

Un muy afectuoso y gemo-iniciático saludo diamantino sea con los verdaderos/as amigos/as, herederos de la Civilización de Cristal avanzada que advendrá tras el mega "ritual de paso" colectivo, de Tarragona y alrededores, a todas partes de los Gemo-Conectados/as en la nave esférica de Gaya, nuestro planeta-hogar mientras encarnados.

Un Gran beso en el Corazón del Gran Espíritu pulsante en cada uno.

Gracias. Saludos cristalinos,

Francisco Boström.    

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